En la vida, nos encontramos con obstáculos y barreras que nos impiden avanzar. A veces son altos muros que ya ni nos planteamos trepar o rodear. A veces son vallas, que nos alertan de que no podemos traspasar al otro lado, y dependiendo de si están o no bien señalizadas, o según la interpretación que hagamos de ellas (validando también los riesgos), las saltamos, las tiramos y las traspasamos, creando así nuestras propias normas, aunque a veces salgamos corriendo (para que no nos pillen) o de puntillas (para que no nos escuchen), sabiendo, en el fondo, que estamos haciendo algo prohibido.
Así como en la vida se nos presentan obstáculos físicos, también hay otros que nos cuestan más de ver o de poner. Las personas ponemos nuestras propias barreras, nuestros propios límites. A veces a situaciones, a veces a emociones, a veces a personas… Y, en ocasiones, no entendemos como al otro, el que tenemos enfrente, le cuesta tanto verlos. Ponemos límites y el otro no los entiende. ¿Qué estoy haciendo mal? ¿Qué es lo que tanto cuesta de entender?
Si pones límites, tienen que ser claros y saber para qué los pones. Ponerlos sin más no tiene sentido ni para ti ni para nadie. Los límites difusos no se entienden. A menudo, y depende de la situación, ni nosotros entendemos qué estamos haciendo. Desde la mente podemos hablarnos claro, saber lo que no quiero para mí y lo puedo expresar (desde lo consciente). Dicen que hablando se entiende la gente, pero, ¿y si lo que digo y lo que muestro es diferente? ¿Y si digo ‘’hasta aquí’’, de palabra, pero soy yo quien me acerco más de la cuenta? ¿Y si pongo límites a una situación para no entrar en ella, para no entrar en conflictos y la realidad es que estoy más dentro de lo que yo creo? Si yo no soy clar@ conmigo mism@, ¿cómo va a quedar claro para el otro? ‘’Esto no lo quiero, aléjate, no me interesa’’, pero a la más mínima actúo de forma contraria ¿qué consignas y qué límites quedan claros para ti? ¿Entiendes el para qué sigues ahí?
Si no puedes poner límites porque no sabes cómo, porque estas ech@ un lio, acéptalo y di ‘’hoy me permito no poner límites’’. Quizás mañana lo veas más claro. Quizás puedas plantearte el pedir ayuda para saber qué y cómo crear esos límites que tanto quieres.
Para poner límites tienes que mirar-TE y reconectar-TE. Saber qué quieres y qué no quieres, y sobretodo, sentir si tú te quieres y cómo te quieres (puedes quererte bien o puedes quererte mal). Hasta que no lo tengas claro no los pongas, porque los vas a poner desde la cabeza, desde lo que crees pero quizás no sientas. Desde cualquier lugar alejado de la coherencia. Desde la desconexión total entre tu mente y tu cuerpo.
Márcate objetivos claros y pequeños. Cercanos y concretos. Des de ahí quizás puedas ver con más claridad qué límites debes poner para lograr tus metas. Quizás ese sea el inicio de tu mejor y más auténtica relación contigo mism@.
Psicóloga sanitaria y psicoterapeuta GESTALT.