Dícese de todo aquello que nos ayuda a poner orden, todo aquello que nos ayuda a ubicarnos en un espacio y en un tiempo, todo aquello que nos facilita, en algunos momentos, la búsqueda rápida.
Las etiquetas, cuando se usan bien, son de gran utilidad y ayuda en nuestro día a día, para las cosas, para definir y para aclarar conceptos, términos, para acotar información y hacernos una idea rápida.
El problema llega cuando utilizamos las etiquetas con los seres humanos. Eres tont@, eres perezos@, eres estupend@… estas etiquetas hacen que de un modo u otro cataloguemos a alguien, y a veces, sin ni siquiera conocerlo. ¿Cuántas veces nos decimos ‘’soy un fracasad@’’, ‘’soy un estúpid@’’ , y funcionamos en la vida desde esa etiqueta? Si soy un fracasa@ y un estúpid@, ¿para qué voy a esforzarme en encontrar algo bueno para mi si no lo voy a conseguir? La actitud con la que enfrentamos nuestros días depende mucho de qué etiqueta nos hayamos puesto o de qué etiqueta nos hayan impuesto…
Ya desde niños tenemos que lidiar con etiquetas impuestas, que muchas veces, mantenemos como verídicas hasta la edad adulta, y no es hasta que algo o alguien nos mira distinto, o nos da otro punto de vista a nuestra realidad, que no nos permitimos mirarnos de otro modo, o darnos cuenta de cuántas cosas he dejado atrás solo por no creerme merecedor, porque si soy un fracasado, ¿quién va a fijarse en mí? ¿Quién querrá compartir su vida con alguien como yo? Lo mismo pasaría con las etiquetas ‘’positivas’’. Si soy el mejor del mundo, si soy listo, si soy estupendo, quizás tenga que esforzarme más para no defraudar, para seguir manteniendo la etiqueta, para que los demás me sigan viendo de ese modo. ¡Qué responsabilidad! Y si la persona que tengo al lado no es tan lista, ¿desde donde la voy a mirar?
Todas las etiquetas, etiquetan, valga la redundancia, así que, aunque a priori haya etiquetas positivas o negativas, todas encasillan y todas las personas nos hacen esclavas.
En la psicología clínica existen los manuales diagnósticos, esos que nos ayudan a los psicólogos a diagnosticar a una persona según sus síntomas. Esto ayuda a los profesionales, pero ¿y a los pacientes? ¿De qué modo ayuda a una persona que le digamos ‘’usted tiene un Trastorno límite de la personalidad’’ ? ¿Cómo se coloca esta persona en el mundo? ¿Cómo enfrentarse a los demás para que entiendan qué trastorno tiene? A veces eso quita libertad, el no saber cómo explicar, como hacerlo, el miedo a qué pensaran de mí. Lo bueno de saber un diagnóstico es que la persona puede ser consciente de dónde está su dificultad, y poder darse cuenta de eso, ayuda a aceptar que es una persona normal llamada ‘’x’’, que tiene ciertos síntomas que le acompañaran, en algunos casos, seguramente el resto de su vida. El poder trabajar sobre esos síntomas es a lo que ayudan los diagnósticos, las etiquetas… Todos estamos expuestos a tener ciertos síntomas que forman parte de esas pequeñas cajitas llamadas trastornos. Hay quien tiene más de unos que de otros, hay quien tiene alguno de cada, pero como no hay una etiqueta puesta, podemos escuchar comentarios como ‘’es un poco raro’’, ‘’es un poco neurótico’’, ‘’es un poco maniático’’, pero eso no da miedo, eso es algo aceptado… pero escuchar es esquizofrénico, es obsesivo, es bipolar, eso es otra cosa.
Hagamos un ejercicio de introspección… ¿a cuántos de vosotros os dan miedo las etiquetas y a la vez os resulta fácil etiquetar? ¿Cuántos de vosotros creéis tener muchos síntomas de alguna patología mental pero os da miedo enfrentarlo? ¿Cuántos de vosotros tenéis un diagnóstico conocido y lo ocultáis para que no os miren diferente? ¿Cuántos de vosotros os llamáis por el trastorno en vez de por vuestro nombre? ¿Cuántos de vosotros creéis ‘’ser alguna cosa’ ’ y os movéis en función de eso? ¿Y si nos desnudamos de las etiquetas impuestas por nosotros, por los padres, por la sociedad en general, y empezamos a descubrir quiénes somos realmente?
¿Lo probamos?
Psicóloga Sanitaria y Terapeuta Gestalt en SN Psicologia
