Ya he hablado alguna vez del tiempo, de su paso, de lo relativo que es el
tiempo para cada uno, aunque en realidad sea el mismo para todos. La
cuestión está en la sensación, que algunas veces tenemos, de estar perdiendo
el tiempo.
Los días pasan muy rápido, la sociedad en la que vivimos nos arrastra, cual
tormenta arrastra a un barco en el océano, y por mucho, a veces, que quieras
girar el rumbo del timón para escapar de la tormenta, ésta te arrastra
inevitablemente.
Los horarios laborales, las tareas del hogar, los hijos, las parejas, los amigos,
las obligaciones (que a veces ni lo son pero las cumplimos como tal) nos llevan
a un vivir diario sin parar, sin tomar un respiro, sin darnos cuenta de los
pequeños detalles que suceden a nuestro alrededor, y ahí, cuando tenemos
unos instantes de quietud (a veces sorprendentemente los hay), nos
quejamos. Nos decimos a nosotros mismos ¡ojala tuviéramos más instantes
como este! El Universo, como es así de mágico, casual, o como quieras
llamarlo, te concede tan anhelado momento multiplicado por mil, y de
repente, tienes un día o una tarde libre, así sin más. Y ahí es cuando a veces
nos damos cuenta del problema. ¿Qué hago con tanto rato libre? La pareja y
los amigos trabajando, los niños en el cole, las tareas del hogar quizás las
hagas durante un rato, quizás te tomes un té, leas, vayas al gimnasio… ¿y
luego qué? Quizás te planteas el descansar pero, ‘’para un día que tengo
libre, ¡no voy a estar en casa perdiendo el tiempo!, para un rato que tengo
para mí, ¡no voy a echar la siesta!…’’ y así podemos pasar un buen rato,
preguntando qué hacer para no caer en el aburrimiento…Me quejo cuando no
tengo tiempo para mí, y me quejo cuando lo tengo, porque si no hago nada
productivo… lo voy a perder.
La reflexión está en que, a veces, es muy difícil estar sin hacer, porque el no
hacer nos lleva a la trampa de la pérdida de tiempo, el no hacer nos absorbe
con angustia de querer hacer, y así, nos arrastra de nuevo la tormenta, en ese
barco que se va a la deriva.
Lo más complicado del no hacer, y tener la sensación de que en el no hacer
también hago, es poder permanecer ahí. Poder permanecer en la quietud, en
el silencio, en el estar conmigo, en el disfrutar del espacio para mí, sin prisa,
sin exigencia de nadie… aunque quizás el más o la más exigente seas tú
mismo/a.
Estamos tan acostumbrados al hacer, que aunque nos quejemos, hacemos, y
pasan los días y nos decimos ¡Qué estrés! ¡Necesito vacaciones! Y cuando las
tenemos, sino tenemos la sensación de aprovecharlas, sentimos que las
estamos perdiendo, que el descansar es una pérdida de tiempo, que no
aprovechamos ese tiempo para seguir haciendo, aunque sean cosas distintas,
pero al final, estamos enganchados en el hacer. Parémonos a pensar en cada
uno de nosotros… ¿cuantos de nosotros disfrutamos de nuestro tiempo libre sin
hacer nada? El simple hecho de no ir corriendo a tu próxima tarea, de no ir
con prisas… si un día lo puedes disfrutar, cuantos días más puedes seguir
disfrutando de la calma, del no hacer, del no llenar el tiempo con cosas, que a
veces, ni nos llenan el alma, ni la vida, pero sí el tiempo que compone una
hora o unos minutos…
¿Te animas a parar i disfrutar de ti? ¿Del no hacer? ¿Te animas a ‘’perder el
tiempo’’ para ti?
Psicóloga Sanitaria y Terapeuta Gestalt