¿Si te miras al espejo que ves? ¿Te gusta tu reflejo?
¿Te gusta tu propia luz? ¿Te gustan tus formas?
La vida es como un espejo, todo aquello que tenemos
en la vida es un reflejo de como la estamos viviendo.
A veces, cuando la vida no nos gusta, tratamos de evitar mirarla, de cogerla y la vivimos de puntillas, queriendo tener la vida de otros, queriendo estar en los zapatos de otros sin saber qué es lo que realmente está viviendo aquél otro. No proyectamos lo que nos gustaría ser y tener en la vida, sino en lo que imaginamos de la persona que tenemos al lado. No nos miramos para mejorarnos, nos miramos para compararnos y eso, a veces, duele. Duele por no poder ser lo que queremos, duele por estar siempre evitándonos, duele porque nunca se es feliz queriendo ser otro, porque la realidad es que somos quienes somos y eso es lo difícil, aceptarnos tal cual, tratando de ser y de estar cada día mejor, persiguiendo nuestros sueños, observando en este espejo que es la vida todo aquello que sí tengo y sí quiero. A veces, lo fácil para no coger la responsabilidad de nuestros días es culpar lo que otro no nos dio, lo que otro nos quitó, y así nos pasamos la vida, culpando y mirando para afuera. ¿Qué pasa si miro hacia dentro? ¿Qué pasa si realmente me miro en el espejo de mi vida? ¿Qué pasa si dejo de culpar lo que no fue para centrarme en lo que yo puedo hacer para que sí sea? Eso es hacerse responsable, eso es tener el valor y el coraje para afrontar las cosas que se puedan dar en mi vida. Yo, como adulto, me hago cargo de lo que tengo y de lo que no tengo. El niño que fui ya sufrió, ya pataleó y ya se quejó, a su manera, de la mejor que sabía. Ahora ya no sirve culpar a nadie, porque yo puedo mirar la vida de frente, yo puedo y tú puedes. La pregunta es, ¿quieres? Si no quieres, quizás todavía no estás preparado para eso, no te preocupes, en algún momento lo estarás y si nunca llega ese momento también estará bien si tomas consciencia de ello, si te haces responsable de tu decisión, pero si quieres, mírate. No un mirarte por fuera, sino un mirarte hacia adentro, de cómo me siento en mi piel, de cómo me siento con mis sentimientos, de cómo me siento aquí y ahora con lo que hay, sin más. Si algo no te gusta cambia, y si no sabes cómo hacerlo, pide ayuda. El pedir nos hace humanos, nos acerca al otro porque al final todos damos y recibimos de distintas maneras, y nunca es mejor ni peor, cada uno ha aprendido a su manera. Coge tu vida, agárrala con fuerza. Quizás haya días en que te sientas más vulnerable. Enráizate, busca las raíces de tus pies y enráizate, siente la energía ascendente, desde las plantas de los pies hasta la cabeza y recárgate de esa vida que sólo es tuya.